Por Luis Enrique López Carreón

Dirigente del Movimiento Antorchista en Colima

 

El Instituto Nacional Electoral (INE), dice que la jornada electoral de 2024 será el proceso más grade en la historia de México, pues habrá elecciones en los 32 Estados del país y se contará con la participación de más de 97 millones de ciudadanos, quienes podrán ejercer su derecho en las más de 170 mil casillas electorales que se ubicarán en todo el territorio nacional, o en las modalidades de voto anticipado, voto electrónico desde el extranjero y voto postal.

 

Pues bien, sea por el tamaño y magnitud del proceso electoral que viene, como dice el INE, o, sea tal vez porque nuestra moderna democracia, que como parte esencial de la superestructura del modo de producción capitalista, ha entrado también como el modelo mismo en una fase degradante rumbo a la extinción como forma, que vemos hoy como nunca antes, un fenómeno político de descomposición tal, que está provocando confusión, enojo y desesperación entre el pueblo trabajador, es decir, entre aquellos hombres y mujeres que solían poner su esperanza de mejoría en el voto ciudadano; me refiero aquí, a la apostasía en la política.

 

Aclaro a mis pacientes lectores, que, son sinónimos del término “apostasía”, la abjuración, retractación, perjurio, renuncia, abandono, deserción y, coloquialmente, podemos incluir también aquí a la traición. El uso más antiguo que conocemos de la palabra apostasía, lo encontramos en la Biblia: apóstata, es aquel que renuncia públicamente de su religión.

 

Y, permitiéndonos trasladar esta definición al terreno de la moderna política, ¿qué, acaso no es sino apostasía, lo que cometen todos aquellos personajes políticos que reniegan de su partido y de sus principios, para irse con bagaje y todo a otro partido, incluso con principios diametralmente opuestos al que los hizo y vio nacer? Apóstatas son, indudablemente.

 

Pero, ¿y qué decir de los partidos que aceptan sin empacho alguno a los apostatas en su seno, y luego los hacen pasar de la corrupción a la virtud a modo de insolente purificación? Estos partidos no pueden ser otra cosa sino modernos sepulcros blanqueados. El término también parece tener origen Bíblico. Se dice que la expresión es una metáfora empleada por Jesús en el Evangelio de San Mateo, para comparar a los fariseos con “sepulcros blanqueados”, es decir, relucientes por fuera, pero llenos de podredumbre repugnante en su interior. No hay duda, Sepulcros blanqueados, es sinónimo de ocultamiento de la corrupción.  

 

Bien pudieran argumentar aquí los políticos y partidos renegados, el pensamiento aquel atribuido al filósofo Immanuel Kant cuando dicen que dijo: “el sabio puede cambiar de opinión, el necio nunca”.

 

Muy bien, pero sucede que ésta, como otras geniales ideas más que se pudieran argumentar, sólo cobran verdadera validez universal cuando se usan justamente dentro de un contexto concreto de la realidad misma. ¿Por qué es, precisamente durante la asignación de las candidaturas, que los políticos y los partidos deciden cambiar sus ideas y reniegan de sus principios y de su partido o partidarios? ¿Por qué no antes de ese proceso de asignación de candidaturas?

 

La respuesta no ofrece aquí ninguna dificultad para nadie. Sucede así, porque todos los políticos tradicionales, oponen siempre su interés individual al interés del colectivo partidista, ya no digamos al interés del pueblo en general. El interés genuino de todos los ciudadanos y posibles votantes, queda aquí totalmente relegado. Los apóstatas reniegan de su partido porque éste no les concedió la candidatura que buscaban; y como ya dijimos, emigran a otros partidos que se las ofrecen sin ningún rubor para salvar su registro.  

 

Y como aquí ya casi ningún partido se salva, ¿qué hacer entonces, si en nuestra moderna democracia ya solo queda en el escenario electoral para elegir, salvo raras y muy honrosas excepciones, sólo políticos apostatas y partidos cual sepulcros blanqueados?    

 

Hasta aquí, la disyuntiva que puede sufrir el electorado es, o votar por un candidato apostata renegado, con el riesgo de que éste reniegue a su vez, según su costumbre, también de las promesas que haga a sus votantes; o, votar por un partido del que renegaron o aquel que recogió renegados de otro para su provecho.  

 

Pero no desesperemos. La solución que aquí parece complicada, en realidad no lo es. Sólo que, para entenderla, debemos saber y aceptar que, en la realidad, la sociedad no se divide entre partidos políticos, ni siquiera entre apartidistas y partidarios, sino en algo mucho más profundo y trascendental, es decir, en clases sociales, dependiendo de su situación económica.

 

Lenin, el principal organizador de la revolución rusa de octubre, lo dijo de esta manera en relación a la obra de Carlos Marx: “Todo mundo sabe que, en cualquier sociedad, las aspiraciones de unos chocan abiertamente con las aspiraciones de otros, que la vida social está llena de contradicciones, que la historia nos muestra la lucha entre pueblos y sociedades y en su propios seno; sabe también que se produce una sucesión de períodos de revolución y reacción, de paz y de guerras, de estancamiento y de rápido progreso o decadencia. El Marxismo ha dado el hilo conductor que permite descubrir la lógica en este aparente laberinto de caos: la teoría de la lucha de clases” (Carlos Marx, Breve esbozo biográfico…).

 

Y es claro ver las clases sociales que hasta el día de hoy se enfrentan: La burguesía, o modernos potentados dueños de la riqueza y sus medios de producción, dueños también de los candidatos apostatas o no y de los partidos, por un lado; y el proletariado, o modernos trabajadores y sus familias pobres, dueñas de su miseria y de su voto en cada proceso electoral. He aquí, en la actualidad, las dos clases sociales que se enfrentan a cada día.

 

Por eso es que yo opino que, no conviene a nadie del pueblo trabajador seguir sin razón válida y mucho menos con fanatismo desmedido, a ningún candidato o partido de cuantos vayan a tocar las puertas de su humilde vivienda.

 

Y, como no hay más remedio en esta moderna democracia que nos tocó vivir, hagamos caso entonces al hilo conductor del marxismo, “para descubrir la lógica en este aparente laberinto de caos”: votemos de manera organizada, por los candidatos que ofrezcan pruebas y garantías de que atenderán y resolverán la falta de vivienda y su mejoría, de empleo y salario digno, de salud y medicinas, de educación y mejores espacios educativos, de seguridad, paz y tranquilidad, de servicios, obra pública y espacios para la recreación. En síntesis, votemos por el interés colectivo de toda la clase trabajadora, y en contra del interés individual de los empoderados en los candidatos y partidos que hoy reniegan hasta del día en que nacieron. Ojalá que así sea.    

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